El Capoeirista
Angolero, busca componer sus movimientos con los movimientos de su adversario,
intentando generar un juego asociado, como una unidad. Su censo estético le
direcciona hacia la obtención de una sintonía eurítmica usando movimientos
expresivos, variados y al mismo tiempo funcionales.
Los
movimientos de los jugadores, visiblemente inspirados en movimientos de
animales silvestres, ofrecen una gran libertad y variedad de recursos
aplicables a las diversas situaciones del juego que se desenvuelve como una trama,
con diferentes pasajes. El Capoeirista demuestra su superioridad en el espacio
de la roda, llevando al adversario a la confusión con el peligro y la
complejidad de sus movimientos.
Naturalmente afloran de los jugadores innumerables fases de temperamento humano: el miedo, la alegría, la rabia, el orgullo, la compasión, la indiferencia y otros sentimientos que atormentan la intriga, exigiendo el controle psicológico de los adversarios en un juego de estrategia, en que las piezas a ser movidas son las partes del propio cuerpo.
Naturalmente afloran de los jugadores innumerables fases de temperamento humano: el miedo, la alegría, la rabia, el orgullo, la compasión, la indiferencia y otros sentimientos que atormentan la intriga, exigiendo el controle psicológico de los adversarios en un juego de estrategia, en que las piezas a ser movidas son las partes del propio cuerpo.
Los capoeiristas
deben armonizar el clima del juego con el momento de la roda, o sea, jugar de
acuerdo con el toque y el retorno que está siendo tocado por la batería u
orquesta, con el sentimiento de los versos que están siendo entonados por el
cantor y por el coro. Sagacidad, auto confianza, lealtad, humildad, elegancia
son algunos de los factores subjetivos que cualifican al Capoeirista Angolero,
heredadas de los antiguos practicantes del N'golo. El ser capoeirista exige
perfecto dominio de la cultura, de las tradiciones y del juego, el toque de los
instrumentos y la interpretación de los cantos.
... En el 1500, Pedro Álvarez Cabral llegó al Brasil. Como de costumbre, una de las primeras providencias fue capturar a la población local -los indios brasileños- para abastecerse de mano de obra esclava. La experiencia con los aborígenes fracasó: los indios morían en cautiverio. Entonces los portugueses comenzaron a importar sus trabajadores esclavos desde el África.
Del otro
lado del Atlántico, hombres libres eran capturados y embarcados en los
terribles navíos negreros, en un viaje-pesadilla rumbo a la esclavitud.
Llegaron los africanos, primero en cientos y después en millares. Trajeron su
cultura; una cultura viva, diferente de la europea.
Una cultura que no era guardada en libros o en museos, sino en el cuerpo, en la mente y en el corazón de cada hombre; siendo transmitida de padre a hijo, de iniciado a iniciante, a través de las generaciones hasta la actualidad.
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